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Igualdad de género

La lucha por el predominio en el reino del hogar, no es más que un vestigio, siempre presente, de la lucha por el poder entre el hombre y la mujer.   Las tradicionales imágenes de Adán y de Eva, Caín y Abel, que la historia judío occidental nos relata, son la personificación mitificada que la exaltación popular hizo de la lucha sostenida entre los Adamitas y Abelitas contra los Cainitas protegidos de las varonas que se mitifican en Eva.   Los primeros luchando contra el predominio inspirado en el matriarcado de las segundas.

Surgió así la era del machismo o predominio del hombre sobre la mujer.   Lucha que prosigue en nuestros días, con el consecuente rezago de la marginación y atropellos de los justos derechos de la mujer por la igualdad.

El Septrionismo, sin tomar partido sexológico, nos revela el primigénito origen de la naturaleza femenina en el proceso evolutivo de nuestra especie, pero simultáneamente remarcamos que la dualidad del hombre y la mujer experimentan las consecuencias oponentes de la fenomenología total, a pesar de necesitarse el uno al otro para poder realizarse.
La decisión y responsabilidad de dignificarse, al parecer, surgió primero en el hombre, aprendiendo éste a valerse de sus habilidades y virtudes  antes de sus atributos biológicos, como lo hiciera la mujer.

En el presente, hombre y mujer han evolucionado a una tolerante posibilidad de igualdades.
La convivencia armoniosa entre ambos depende de la educación, respeto y comprensión que cada uno prodigue a la personalidad de su compañero.

La diarquía familiar debe equilibrar sus necesidades y derechos por el imperio de la distribución de responsabilidades y la colaboración y estímulo de dignificarse ambos para cumplir con la sociedad y poder transmitir a sus descendientes los valores evolutivos que les permitan experimentar y gozar de los ideales del espíritu, a la vez que capacitarse para las realidades prosaicas de la convivencia y la lucha por la subsistencia en este competitivo mundo de ofertas y demandas de valores tanto culturales como tecnológicos.

En el ámbito de nuestra mística a la mujer se le ha concedido igualdad de oportunidades que al hombre.
Es nuestra misión redimir y dignificar la imagen espiritual de la mujer que históricamente fue repudiado por los teólogos judeo cristianos, culpando sólo a las mujeres como causa del pecado de la carne. Las mujeres tendrán en el futuro las mismas prerrogativas espirituales que los hombres.

Depende ahora de la voluntad y constancia de dignificarse que cada una demuestre y conquiste, para ubicarse en el sitial que por causalidad habrán de obtener.  Pero es menester recordar a las mujeres que las aspiraciones de igualdad no deben buscarse en imitar la proclividad de la mayoría de los hombres, sino las virtudes y dignidades de las minorías, porque si lo que se busca es la promiscuidad y aberraciones de la conducta, entonces habrán perdido el tiempo y la oportunidad de conquistar la superioridad dignificante de la espiritualidad.

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